Una puerta mágica

>> lunes, 21 de diciembre de 2009

- ¿Te acuerdas? "Había una vez una puerta mágica..."
- ¡Ay sí! Recuerdo esa historia. Me la contó mi abuelo cuando era pequeño. - Dijo sonriente.
- Sí, yo estaba contigo. Tu abuelo era un poco cuentista... -Se echó a reír.
- Ya te digo. Pero era genial... Oye, ¿y por qué me lo has recordado ahora?
- Mira. - Señaló con el dedo. - Allí a la izquierda. Esa puerta es igualita, ¿verdad?
- ¿Cuál? ¿La del fondo? ¡Ah no! Ya la vi.
- ¿A que es clavada?
- Es cómo yo siempre me la imaginaba... Parece mentira.
- ¿A que sí?
- Oye ¿y de qué es?
- Pues no lo sé, vamos a ver, anda...
Se acercaron hasta la puerta. Era imposible adivinar su contenido. No era una puerta muy común, pues parecía que tenía el picaporte del revés. Como decía su abuelo: “Nunca sabes cómo se va abrir...
- ...porque cada vez que se abre es de una forma distinta.”
Cogió el picaporte y probó suerte.
- Parece que así no es...
“Y cada persona sólo será capaz de abrirla de una forma, porque cada una...
- ...se encontrará algo distinto.” Debe de ser eso. A lo mejor sólo se puede abrir si estás solo.
“Aunque todos verán...
- ... lo mismo.” Si vamos a ver lo mismo, ¿no debería poder abrirse siempre?
- Tal vez no sea el momento.
- Ni la puerta... Seguro que es de pega, nunca la había visto antes por aquí.
- ¡Qué dos bobos estamos hechos ilusionándonos con cuentos de niños! –
Meneó la cabeza.
Se empezaron a reír.
- Mañana volvemos ¿no?
- ¡Pues claro! –
Respondió sonriente.

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Poema XX - Pablo Neruda

>> lunes, 19 de octubre de 2009


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos."

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como esta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche esta estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque este sea el ultimo dolor que ella me causa,
y estos sean los ultimos versos que yo le escribo.


Pablo Neruda. Veinte poemas de amor y una canción desesperada

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Tu nombre... quizás

>> jueves, 8 de octubre de 2009


Esculpo porqués
en un mar de quizases
quebrando, tal vez
suspiros al aire
mirando, sin más
cómo escribo palabras
que luego borrar
pues no valen nada

Qué incierto tu nombre
derriba mi voz
susurros que rompen
en mi corazón
el pobre infeliz
que no sabe volar
al final entendí
sólo quiere soñar

Y sueña en las noches
que nada en el mar
quizás no derroche
el aire que va
esculpiendo palabras
que no borrarán
los susurros que hablan
de tí, callarán

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Vuelve el pasado...

>> lunes, 21 de septiembre de 2009



- Tú... ¿qué haces aquí?
- Tienes que hacerme un favor...

- No. Hace mucho que dejé de hacerte favores.

- Ya... Pero tienes que ayudarme, ya sólo me quedas tú. Tío, estoy en un buen lío... por favor.

- No. Desde que me casé estoy limpio. No quiero problemas...
- Sólo por esta vez. Necesito un sitio donde... dejar algo. Ni si quiera lo notarás. Sólo hoy...

Dio un suspiro.
-Está bien... Pero sólo por esta vez. - Recalcó.
Fueron hacia el coche.
- Ayúdame con esto.
- Joder... ¿qué coño... ? ¡Dios! ¿Qué has hecho?

- ¡Shhh! Baja la voz. ¿Quieres llamar la atención de todo el mundo? - Le miró a los ojos. - Yo no he hecho nada. A mí sólo... me han cargado con el muerto ¿vale?
- ¡Y tu pretendes cargármelo a mí ahora!

- ¡No, joder! Mira, no tengo donde dejarlo hasta esta noche. A la noche te juro que te lo quito de encima.
- ¿Estás loco? Si se entera mi mujer...

- Por eso mismo. Este es uno de los lugares más seguros. Tranquilo, no se dará cuenta. Tú sólo mantenla fuera de la casa. Hasta la noche. Una cena romántica ¿tal vez? ¡Lo que se te ocurra! ¡Da igual! Seguro que funcionará.

- Me debes una muy grande...
- Dijo exagerando el "muy".
- Gracias ¡Me salvas la vida! - Le dijo dándole un abrazo.
- Ya. Ya. - Dijo apartándole. - A la noche ya puedes haberte llevado esto de aquí.
- Vale. Tú tranquilo. No te preocupes. Gracias.
Se marchó. "Que no me preocupe dice. ¿Quién me mandará...?" Entró de nuevo en casa maldiciendo la hora en la que conoció a su amigo. Miró la hora. La preocupación se apoderó de él. Aquella antigua sensación, los nervios a flor de piel.
- Vale, tranquilo. No tardará en llegar. No me puede encontrar así. ¡Dios! ¡Piensa algo! - ... - Lo de la cena no es mala idea... Sí, la sacaré de aquí inmediatamente.
Se asomó por la ventana. "Ya está aquí." Acababa de llegar en coche. Se bajó para abrir la puerta del garaje. Él seguía mirando embobado por la ventana. "Qué bien la sienta el uniforme... ¡El garaje!"
- ¡Ah! ¡No! ¡Mierda! Sólo a un completo imbécil se le habría ocurrido esconderlo en el garaje sabiendo que su mujer vuelve del trabajo en coche. ¡Fantástico! A ver ahora cómo arreglas esto... completo imbécil. -
Se dijo a sí mismo.
Echó a correr para intentar evitar lo inevitable. Su mujer ya había entrado. "¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!"
- Ehm... ¡Hola mi vida! ¿Ya has vuelto? ¡Qué pron... - La vio nada más entrar. - ...to. ¡Puedo explicártelo!
Su mujer se echó a reír. Lo había visto. No había conseguido llegar a tiempo para distraerla. Sacó su pistola. Aún la llevaba del trabajo. Le apuntó.
- Deja que te explique... - Intentó convencerla.
Se llevó un dedo a la boca.
- Shhh... - Volvió a apuntarle a la cabeza. - Adiós... cariño. - Dijo con voz melosa y una gran sonrisa en la boca mientras apretaba el gatillo.
Un ruido estridente empezó a aturdir sus oídos. ¡Zas! ¡Al suelo!
- Maldito despertador... ¡Cómo te quiero! - Dijo sonriente mientras reconocía su tranquila habitación.

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Let me...

>> lunes, 14 de septiembre de 2009

Let me dream
Let me fly far, far away

Let me arrive to your heart

Let me put my feet where I can't arrive

I want to go to never never-land
...

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El ungüento de la bruja

>> lunes, 7 de septiembre de 2009


Escarbó en el suelo, removiendo la tierra con sus manos.
- No, aquí no está...
Miró un poco más a la derecha. Arrancó un par de hierbajos. Siguió removiendo la tierra con desesperación. El tiempo se acaba. No hay tiempo. ¡Maldita sea! Aquí, estaba por aquí. Escarbó más. Algo brillaba sobre la tierra. ¡Sí! Sacudió la tierra que lo cubría.
- El colgante... ¡por fin!
No hay tiempo. ¡Date prisa! Cerró fuerte la mano. Se levantó y echó a correr. Agarraba su vestido para no caerse e ir más rápido. Siempre con cuidado de no dejar caer el colgante. La maleza se hacía más espesa en esa zona. Ya estaba llegando. Atravesó los matorrales. Apartó las enredaderas que enturbiaban su camino. Sus piernas se llenaron de arañazos por las zarzas, que lo cubrían todo. Un árbol marcado. Dos. Tres... Dio unos pasos más. Enseguida le vio. Deprisa... aún hay tiempo. Abrió el colgante y usó el ungüento que contenía sobre el cuello del niño. Después colocó el colgante y terminó de marcar el suelo. Sacó de la bolsita que colgaba de su cintura una especie de arena rojiza. Un puñado. Extendió su mano y la sopló. Dijo tres palabras en latín. Un fuego prendió en el bosque. ¡No! La gente la había encontrado y venía con antorchas.
- ¡Lo va a matar!
- ¡Bruja!
- Mi pobre hijo enfermo... ¡Salvarle!
- ¡Bruja!

- ¡A la hoguera!
- ¡Hay que quemarla! Sino nunca nos libraremos de ella.

- ¡Quemar a la bruja!
- Nuestros hijos no estarán a salvo. ¡Quemarla!
- ¡Bruja!

- ¡A la hoguera!
Cada vez estaban más cerca.
-Hice lo que pude pequeño... - Le dio un beso en la frente.
En cuanto llegaron a donde se encontraban la arrastraron de los brazos y la ataron a un árbol. Después lo prendieron fuego. Al poco tiempo el niño despertó con síntomas de buena salud. La madre que lo estaba llorando siguió llorando de alegría. La gente no se lo podía creer, el chico se encontraba bien.
Un poco aturdido por la algarabía, el niño no paraba de mirar a un lado y a otro. Con tristeza y desconfianza veía como al fondo un fuego se iba apagando.
- Madre... ¿dónde está la mujer que me salvó?

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El color de los sueños

>> martes, 25 de agosto de 2009


Esa tarde se sentaron en el césped del jardín de la casa de su abuela.
- Ayer soñé que había un pasadizo secreto en el sótano de casa. Se parecía mucho a esos misteriosos pasajes de las épocas medievales. Esos que a los cineastas les gusta tanto incluir en sus películas. Era un poco ridículo, lo sé. Pero ahí estaba. Lo habías descubierto tú.
- ¿Yo? ¿Por qué?
- Tú tienes mejor tacto. Yo no me habría dado cuenta de su existencia ni en un millón de años.
Se echó a reír.
- Bueno alguna ventaja tendría que tener.
- Cierto. - Se había quedado un poco pensativa.
- ¿Entraste en el pasadizo?
- ¿Cómo?
- El de tu sueño. ¿Qué había?
- ¡Ah sí! Sí, claro que entré. Ya me conoces. Estaba muy oscuro y se notaba humedad en el ambiente. Seguro que todas las tuberías de la casa pasaban por dentro de sus paredes. Y era larguísimo, tanto que me desperté antes de poder llegar al final.
- Vaya. Qué frustración…
- A lo mejor no tenía salida.
- ¿Cómo no iba a tenerla? Se supone que para eso los hacen ¿no?
- Sí, pero era mi sueño. Y mis sueños no es que tengan mucho sentido, la verdad… - Dijo bromeando.
- Un pasadizo sin salida… la verdad es que no. - Le entró la risa de repente. - ¿Sabes? Sueñas cosas muy raras. - Seguía riéndose otra vez.
- Oye no te pases, que lo había dicho en broma. - Se puso pensativa otra vez. - Dime, ¿cómo son tus sueños?
Se echó a reír de nuevo.
- ¡Oh! ¡Vamos! ¿Es que no me lo vas a contar nunca?
- No. Todavía no.
- Algún día me lo contarás.
- Sí, algún día… Pero hoy no podrás dormir por la intriga.
Y siguió riéndose mientras su prima se enfurruñaba de nuevo.



¿Alguna vez os habéis preguntado... qué sueñan los ciegos?

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Tréboles de la suerte

>> martes, 11 de agosto de 2009


- ¿Qué es la suerte? - Preguntó la pequeña Laura.
- Pues... - Sergio lo pensó bien un momento antes de responder. - Cuando te pasan muchas cosas buenas, se dice que tienes buena suerte.
- ¡Ala! Yo quiero que me pasen cosas buenas siempre.
- ¿Sabes? Yo sé como se puede conseguir eso. Pero es muy difícil. - Puso cara seria.
- ¿Y cómo se consigue? ¡Dímelo!
- Vale. - Se puso en situación pensando que lo que iba a decir a su amiga era lo más importante del mundo. - Lo que tienes que hacer es encontrar un trébol de cuatro hojas.

- ¿Sólo eso?
- No es tan sencillo. Es casi imposible conseguirlo.
- Vaya... - Pero ese pequeño detalle no iba a hacer que se
rindiera. - ¿Tú sabes dónde puede haber muchos tréboles?
- ¿Quieres que vayamos a buscarlos?
- Sí.
- Vale. Sé de un campo enorme lleno de tréboles. - Se puso pensativo. - Pero yo nunca encontré ninguno de cuatro hojas...
- No te preocupes. ¡Ya verás como hoy los encontramos! - En sus ojos relucía la ilusión.

Los dos niños fueron hasta aquel enorme campo lleno de hierba, miles de flores... y también tréboles, por supuesto. Sergio tenía razón allí había un montón. Laura nunca había visto tantos juntos. Los dos niños se pusieron a buscar con entusiasmo un trocito de suerte.
- ¡Los tréboles de cuatro hojas se esconden muy bien! Todavía no he visto ninguno... - Entristeció el rostro al decir aquellas palabras.
- Ya te dije que no era fácil.
- Creo que encontraremos antes un duende que un trébol de cuatro hojas...
Laura no creía lo que veían sus ojos. Lo cortó con las manos y lo alzó bien alto, como si fuera un trofeo.
- ¡Ahí va! ¡Un trébol de cuatro hojas! - A Sergio se le pusieron los ojos como platos y se había quedado con la boca abierta.
- ¡Sí! ¡Lo he encontrado!
- ¡Qué suerte has tenido!
Laura miró el trébol. Se puso pensativa por un momento y lo tiró al suelo.
- Pero ¿qué haces? ¿por qué lo tiras? ¿te has vuelto loca?
Laura puso cara seria y miró a Sergio.
- Creo que no lo necesito. Has dicho que he tenido suerte en encontrarlo... Eso quiere decir que ya tengo suerte. - Razonó Laura. - He estado buscando algo que ya tenía.

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Un lienzo de hielo

>> lunes, 27 de julio de 2009


Hacía un día espléndido. El sol brillaba con efusividad y parecía plantear un juego de luces y sombras perfecto en aquel día. Se había acercado hasta el lago para relajarse y buscar inspiración. Quería dibujar. Encontrar algo que llamase su atención. Seguía caminando por el sendero rodeado de árboles al lado del lago. Incluiría árboles en su lienzo, en un paisaje así no podía obviarlos. Las hojas movidas por una leve brisa jugaban con los rayos de sol. Los árboles se abrieron hacia el lago dejando ver el claro hasta el que conducía el camino. Se tumbó sobre la hierba en cuanto tubo oportunidad, lo estaba deseando, le encantaba hacer eso. Entre los juncos, a un lado de la orilla, unos patos se bañaban, salpicaban y esparcían miles de gotitas que creaban, sin rumbo, ondas que se chocaban en el agua. Un agua azul, reflejo del cielo escaso de nubes de esa tarde.
Sus ojos repararon en algo que no pertenecía al lienzo propio que la naturaleza le quería mostrar. Pero tampoco desentonaba, ni estropeaba su visión. Raramente, la hacía más perfecta. Una estatua se erigía en la orilla. No de la manera brusca en que lo haría un árbol, sino suavemente, dando la sensación de que pertenecía o era una extensión del propio lago. Sus formas curvadas pedían a sus ojos, gritaban a sus manos, que las incluyera en el papel.
Cada tarde volvía para continuar su pintura.

- Ya lo he acabado. - Dijo con una enorme sonrisa mientras lo mostraba orgulloso a su amigo.
- ¿Has dibujado a la mujer que hiela el lago?
- ¿Qué? Yo no he dibujado… - Frunció el ceño. - Era una estatua.
- ¿Una estatua? ¿En el lago? Vaya… ¿También puede hacerse de piedra? - Dijo hablando sólo.
- ¿Qué cuento chino es ese?
- Uno que me contó mi abuelo cuando era pequeño.
Se echó a reír.
- ¿Aún te crees los cuentos de tu abuelo?
- No. Bueno, este sí… - Dijo sonrojado. - No es sólo un cuento de mi abuelo, lo conoce casi todo el mundo… ¡Deja ya de reírte!
- Vale. - Dijo conteniéndose.
- Lo que no me explico es ¿por qué dejó que la dibujaras? - Había estallado otra vez en risas. - Vale, si no te lo crees ¿por qué no vuelves otra vez al lago? Puede que no siga allí de nuevo, no puede ser de piedra eternamente. Tal vez entonces se te quiten las ganas de reír.

Tal vez entonces me den más ganas de reír” dijo para sí unas horas después cuando, al no poder dejar de pensar en aquella figura, no había podido evitar volver a contemplar el lienzo. "¿Y si voy ahora?"
Estaba anocheciendo pero aún así decidió ir otra vez al claro junto al lago. Hacía frío por eso se había cogido una chaqueta.
- Vale, ¡todo esto es surrealista! No puedo haberlo imaginado. - Dijo cuando llegó.
La estatua no estaba. Pero su amigo no podía tener razón. Los cuentos no existían. "Los cuentos sólo sirven para entretener a los niños y que se vayan pronto a la cama." Abrumado por tanta incoherencia se volvió de espaldas al lago y decidió marcharse. "Puede que esté cansado y mi imaginación haya decidido tomar el control de mi mente." Empezó a andar pero una inquietud extraña hizo que girase la cabeza para echar un último vistazo al lago. Obviamente no había nada. "¿En qué estaría pensando?" Dio un brinco en cuanto volvió a mirar hacia donde caminaba. Retrocedió unos pasos. Una mujer estaba obstaculizando su regreso. La reconoció en cuanto la vio. Era ella. La estatua. Su musa. "No puede ser... Esto tiene que ser una broma."
- ¿Eres real?
- ¿Esto es real? - Le respondió desafiante la mujer.
Caminó hacia el árbol más cercano a la orilla. Posó su mano sobre la corteza y en cuanto su piel la rozó una fina pero densa capa de hielo cubrió el árbol por completo, de abajo a arriba. Hasta la hoja más pequeña parecía ahora de cristal. Imponente, hermoso, frágil. Igual que ella.
Asustado, se acercó al árbol helado. Lo tocó. Era todo hielo. Era real. Lo podía sentir.
-- Dijo en un hilo de voz aplastado por la impresión.
- Entonces, yo también soy real.
La miró. Parecía una ilusión. Como sus musas cuando le llamaban. Pero ellas no eran reales. Nunca las podía alcanzar o tocar.
- No… - Rozó sus labios levemente. - No lo hagas. -Retrocedió hasta que sus pies rozaron el agua.
Pero él avanzó hacia ella sin miedo. Tiernamente acarició su cara, sus mejillas, su suave y fría piel. Volvió a acercar sus labios y los unió a los suyos en un beso. Un beso helado. Abrasaba. Pero ni los cuentos de hadas que recordaba en ese momento iban a poder despertarle.
Ella estaba confusa. Nunca había experimentado un sentimiento tan cálido. Su corazón que era de hielo no lo soportó. Antes de que sus labios se volviesen a separar toda ella se volvió de agua y cayó perdiéndose en el fondo del lago.
-¡No! - Hundió las rodillas en el agua y aferró sus manos a la arena sumergida de la orilla.
Las lágrimas cayeron por su cara derramándose y fundiéndose con el agua. Con el lago. Con ella.
- Sé que volverás, con otra forma y de otro modo. Volverás. Siempre vuelves. - Dijo sonriendo. - Hasta pronto... mi musa.

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Soñaré que ya pasó

>> viernes, 24 de julio de 2009

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Rey de nada

>> martes, 14 de julio de 2009


La demencia llegó a su cabeza en menos de un segundo. Bueno, eso creía él. La verdad es que siempre estuvo ahí. Nunca se dio cuenta hasta ahora. Ahora que había destruido todo cuanto valía algo en su vida. Fue rey de todo. Y ahora era rey de nada. Coronado en la montaña de autodestrucción que había creado. Destinado a acabar con todo aquello que significaba algo importante. Condenado a terminar con su propia vida.
- Me duele la cabeza.
- ¿Acaso te sorprende? No. A mí ya nada me sorprende.
- No me hables así.
- Dime. ¿Mereces que te hable así?
- Sí. Lo merezco.
Agachó la cabeza con aire de derrota. A su cara llegó la confusión. Se miraba y se palpaba y no veía ningún rasguño.
-Me duele el pecho... ¿Por qué me duele? No lo entiendo.
- Quizás aún sientas algo después de todo...
- Quiero que pare. ¡Quiero que pare este dolor!
Cogió un cuchillo. Se hizo un corte en la pierna. Nada. El dolor de su pecho era más fuerte. Distinto. Con rabia se clavó el cuchillo en la pierna izquierda. Nada.
- ¿Por qué sigue? Éste dolor debería ser más fuerte. ¿por qué sigue? ¿Por qué me aplasta?
La desesperación se escribía en sus ojos. Empezó a cortarse impulsivamente en un brazo.
- Sigue... - Su voz surgía entre sollozos.
Las lágrimas brotaban de sus ojos. Pero su mirada estaba vacía. Hace mucho que veía sin ver nada. El sentido de su vida se había borrado. Lo había borrado él.
- ¿Por qué no evitaste que me convirtiera en... esto? Nunca me quisiste.
- Si no te quisiera no estaría aquí.
- Mentira.
- Si no te quisiera no me habría preocupado por ti.
- Mentira.
- Si no te quisiera no habría intentado evitarlo.
- ¡Mentira!
- Si no te quisiera no estaría muerta.
- ¡MENTIRA!
Su rostro lleno de sangre se convertía en una evidencia ante sus ojos. Estaba muerta. No podía seguir negándoselo. El dolor de su pecho aumentaba. En su cabeza iba admitiendo las mentiras que se había obligado a creer. Sus mentiras. Las únicas que podían alejarle de la realidad. Una realidad que no quería afrontar. Ahora ni sus mentiras podían ayudarle. Estaba acabado y por su culpa ya no quedaba nadie a quien eso le importase. La presión le consumía poco a poco, pero de una manera devastadora. El dolor de su pecho se hacía insoportable. Quería huir, escapar, no ver aquello que había conseguido. Miró hacia su nueva tortura.
- Al menos... ya no verás mi caída. - Hablaba con su recuerdo.
Tenía la mirada perdida. En su cara una sonrisa. Amarga. Llena de culpa. Una falsa felicidad por poder acabar, al fin, con el artífice de sus peores pesadillas. Se clavó el cuchillo en el cuello y con ambas manos lo retorció hasta que ni sus brazos ni su cabeza respondieron ya. Calló. Junto a ella. En el suelo un charco rojo cada vez más grande. En los cortes de su brazo letras de sangre que decían:
PERDÓNAME

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El señor de los lobos (3ª parte)

>> sábado, 4 de julio de 2009


Retiró la daga de su cuello.
- ¡Te dije que no entrases aquí! - Parecía tremendamente enfadado.
Soltó un suspiro de alivio. Elian prendió la vela de un candelabro.
- Tú... Tú ya estabas aquí cuando yo llegué ¿no es así? ...¿Qué hacías aquí? - No entendía nada.
- Te estaba esperando... para que no te metieses en problemas. Venga salgamos de aquí antes de que alguien nos vea.
- No. Tú no me esperabas. No supiste que era yo hasta que hablé, al igual que yo no te reconocí hasta que oí tu voz. - "De hecho creía que... aquella mirada... me pareció... todo estaba muy oscuro." pensó mientras agitaba la cabeza muy confusa. Le volvió a mirar. - ¿A quién esperabas? ¿Qué buscabas aquí?
- Lo mismo que tú. Algo sospechoso.
- Elian... No me mientas. - Su mirada se endureció considerablemente. Elian dudó. Irisa frunció el ceño. - Le conocías de antes... ¿De qué? ¿De qué le conoces?
Elian suspiró dandose por vencido. "¿Cómo puede ser tan testaruda?"
- Se llama Dakko. Es... - Volvió a suspirar. - Es mi hermano.
- Pero... ¿Cómo...? ¿Por qué...? - Una sonrisa incrédula se apoderó de su cara. - Me tomas el pelo ¿no? - Se echó a reir como una posesa.
Elian seguía serio. Irisa arqueó una ceja. "No puede ser..."
- ¿Por qué no me lo habías dicho? He estado sospechando de...
- No... - Elian le cortó. - No esperaba encontrarme con él. Aquí.
- Pero ¿qué clase de relación tienes con tu hermano?
- Bueno, todos huimos de nuestro pasado ¿no?
Irisa no pudo decir nada a eso.
- Venga salgamos de aquí. - Dijo mientras se levantaba y comprobaba que se podía salir de la habitación sin peligro.
Ella apagó la luz del candelabro de un soplido, pero antes echó un último vistazo a la estancia. No había nada sobre la mesilla...
- Hasta mañana. - Le guiñó un ojo. - Que duermas bien.
"Como si pudiera..." pensó Irisa.
- Buenas noches.
Entró en su cuarto con mil historias y teorías en la cabeza.
- ¿Dónde está? ¡Sé que lo tienes tú!
- Me... estás ahogando... - La mano que se ceñía entorno a su cuello cedió unos milímetros. Suficientes para respirar por unos segundos. Segundos en los que su mayor miedo se apoderó de ella. Aquella mirada le producía pánico.
- ¡Dime dónde está!
- No sé de qué me estás hablando.
- La casera te vió entrar en mi cuarto.
"Maldita... Sabía que no podría confiar en ella... Tiene la lengua demasiado larga."
- ¡Dónde lo has escondido!
- ¡No sé de qué me hablas!
- ¡Maldita sea! ¡La piedra Larsla! ¿A qué entraste sino a mi cuarto?
- ¿La qué? - Irisa frunció el ceño. No sabía de que estaba hablando. "Tal vez aquel brillo... no me lo había imaginado."
Lleno de rabia la soltó.
- ¡Estúpida entrometida! No tienes ni idea de donde te estás metiendo...
- ¡Pues dímelo tú!
- En la boca del lobo. - Dijo con una sonrisa torcida dando a su cara un aire demencial. - Dime una cosa... ¿Qué hace Elian contigo? - Algo le cruzó la mente. - La cogió él... Tuvo que ser él...
- ¿Coger el qué? No entiendo nada. ¿A qué te refieres? ¿Qué es esa piedra?
- No lo entenderías. Tenemos que pararle.
- ¿A Elian? ¿Por qué?
- ¡Vamos!
La cogió del brazo y salieron a toda prisa de la posada.
- ¡Espera! ¿Vamos al bosque? ¿Elian está en el bosque?
- Seguramente. - No se detuvo. -Vamos, querías tomar parte ¿no?
Irisa le siguió sin saber qué era lo que estaba pasando allí.
- ¿Qué es la piedra esa que nombraste antes?
- No debería caer en malas manos. Tenemos que recuperarla.
- Pero Elian es tu hermano ¿no? ¿Por qué es peligroso que la tenga él?
- Parece ser que no te molestas mucho por conocer bien a los que conviven contigo, sólo a los desconocidos. ¿No es así? - Le clavó la mirada.
- Malas costumbres que aún conservo.
- Y que deberías cambiar.
- Eso intento.
- ¡Shhh!
- ¿Pero qué...? - estaba perpleja. - La piedra... Los lobos... Tienen una relación...
Elian estaba rodeado de lobos. No le atacaban.
- Los lobos responden ante el portador de la piedra Larsla. - Susurró Dakko.
- ¡Os estaba esperando! - Gritó Elian hacia ellos.
Ambos se levantaron rápidamente sorprendidos.
- ¡Elian devuélveme la piedra! - Gritó con furia.
- Tendrás que quitármela. - Dijo sonriendo.
- Está bien. - Desenfundó su espada.
Los lobos se hicieron a un lado.
- Una lucha igualada... Gracias hermano. - La sonrisa se borró de su cara. Su mirada brillaba. Irisa reconoció aquellos ojos, eran los de sus pesadillas.
Elian se lanzó sobre su hermano. Dakko esquivó el golpe. Cruzaron sus espadas. Aquellos dos hermanos se odiaban. Irisa estaba aterrada. Y los lobos incrementaban su miedo. Un grito desgarrado de dolor le hizo volver a la realidad. Dakko había tirado a su hermano al suelo. Iba a asestarle el golpe final. Elian lanzó su daga para sorpresa de Dakko, el cual dejó caer la espada al recibir el impacto en su mano. Ahora los dos estaban desarmados.
- ¡Parar ya!
- ¡Es él Irisa! ¡Quiere apoderarse de la piedra! Tienes que ayudarme. - Dijo Elian.
- Pero tú la robaste...
- Porque él la estaba usando para aterrorizar al pueblo.
- No le creas. Él la estaba usando ahora.
Los lobos los habían rodeado. Ahora nadie podría huir. Dakko se abalanzó sobre su hermano. La piedra se calló a los pies de Irisa.
- Irisa dámela.
- No.
- No le hagas caso. La usará contra ti.
Irisa echó a correr hasta que se encontró al borde de un precipicio.
- ¿Qué pasará si la tiro?
- ¡No lo hagas! - Gritó Elian.
- Morirás.
- Los lobos matarán al que destruya la piedra. ¿Por qué crees que cuando la tuve no la destruí?
- ¿Cómo podéis saber eso? ¡Nadie la ha destruído aún!
Los dos se miraron. Empezaron a avanzar hacia ella, haciendo que se sintiera acorralada.
- ¡Vale! ¿Queréis la piedra? Tomarla.
Irisa la lanzó al aire. Los dos fueron a cogerla. Antes de que ninguno la alcanzara, la manada de lobos se echó sobre ellos haciendo que todos cayeran por el precipicio. Un único lobo quedaba en pie, había hecho añicos la piedra Larsla con sus dientes. Irisa había dado una última orden a los lobos.


1ª Parte

2ª Parte

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El señor de los lobos (2ª parte)

>> martes, 16 de junio de 2009



- Tengo mucho calor…
- ¡Mira! Ya hemos llegado… ¿Irisa?
Al volverse hacia ella se la encontró en el suelo.
- ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal? …¡Dios! ¡Estás ardiendo! - Dijo al rozar su piel. - Tranquila, pronto te repondrás… - acarició su mejilla - tranquila…
Una leve sonrisa se desvaneció de su cara justo antes de desmayarse. Elian la cogió en brazos y la llevó hacia las pequeñas casas que se divisaban a lo lejos.

Sal. Un inmenso mar de sal. La sed quemaba en su garganta. Unos ojos amarillos la miraban mientras se ahogaba en aquella burla…

Irisa despertó empapada en sudores. Tenía mucha sed y aquel sueño había conseguido que aumentase. Había un vaso de agua en la mesilla. Iba a cogerlo…
- ¡Ya te has despertado! Espera… Yo te ayudo. – Le acercó el vaso.
Le miró confusa y aturdida. Tardó unos segundos en recordar…
- Gracias.
- ¿Qué tal te encuentras?
Terminó de beber el agua del vaso.
- Mucho mejor. – Había conseguido calmar la sed.
- ¿En serio? Creí que no saldrías de esta… - puso cara de estar bromeando y se echó a reír. – Tendrás hambre ¿no? – Irisa asintió. – Normal, llevarás casi dos días sin comer nada. Anda… vamos abajo, ya es hora de cenar.

Al entrar le dio la sensación de haber vivido aquello antes. En una zona más bien poco iluminada se encontraba un hombre que llamó su atención. Una enorme cicatriz cruzaba su cara. Su mirada se hacía aun más desafiante entre las sombras. Irisa intentó no mirarle para no ponerse nerviosa. Fue entonces cuando oyó decir al tabernero:
- …Toda la gente está atemorizada… hasta a Rusfan le da apuro cada vez que tiene que ir a por leña.
- ¿De qué están hablando? –
Preguntó mirando a Elian.
El tabernero se acercó, puso cara de misterio y dijo:
- Los lobos ya no atacan por casualidad, ni por territorio o por instinto animal… Buscan sangre. Venganza quizás. Jamás sus ataques habían sido tan numerosos ni tan intensos. – Se acercó más y bajó notablemente su tono de voz hasta que sólo Irisa podía oírle. - …Alguien los dirige. Por algún motivo tal vez… No lo sé. Pero esto no es normal. Parece como si estuvieran organizados.
- ¡Bah! Paparruchas… -
susurró Elian moviendo la cabeza.
Pero a ella se le habían puesto los pelos de punta… Desde luego, por lo que allí se oía, el ataque que ella sufrió sí que había sido casualidad o algún golpe de suerte. Eran muchos los que no habían vuelto. Irisa volvió a mirar a aquel hombre… no pudo evitarlo.
- ¿Quién será?
- No lo sé… - D
ijo Elian - supongo que alguien de paso como nosotros. Creo que le vi esta mañana en la posada… Oye… ¿no te estarás creyendo estas tonterías que cuentan? - Enarcó una ceja.
- ¿Y por qué no?
- Son sólo fantasías creadas por las mentes de estos pobres hombres aburridos…

Lo que dijo el tabernero le había puesto nerviosa pero a la vez quería saber más.
A la noche siguiente esperó a que el extraño hombre de la cicatriz se fuera de nuevo a la taberna y se coló en su cuarto. A ella le había resultado muy sospechoso desde el principio y según la posadera apenas le veía por allí unas horas al día. Cerró la puerta con cuidado para que nadie se diera cuenta. En seguida comenzó a observar todo en busca de algo que llamase su atención. Entre las penumbras de la habitación vio un destello sobre la mesita de noche y se acercó… Pero antes de que pudiera hacer nada ya estaba de espaldas contra el suelo. Algo apretaba su cuello… y aquella mirada…
- ¡No! No me mates… por favor… - dijo temblando entre sollozos.


1ª Parte

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El señor de los lobos (1ª parte)

>> martes, 26 de mayo de 2009



Irisa corría todo lo que podía intentando escapar entre los árboles. No conocía aquel bosque y al final se encontró acorralada y sin salida. Sabía que este momento llegaría. Sacó su cuchillo y se dio la vuelta.
Sus zarpas avanzaban ahora lentamente. Su presa no tenía escapatoria y olía su miedo. El lobo la miró fieramente enseñando sus afilados colmillos. Irisa se preparó, iba a atacar.
Se lanzó sobre ella como un rayo. Irisa esquivó sus dientes como pudo y le asestó un corte en el costado derecho. Volvió a intentar herirlo esta vez en el cuello. El lobo se echó atrás, pero sus heridas no eran suficientes para pararlo. Se disponía a atacar otra vez...
Otro lobo saltó de repente desde un matorral cercano pillando a Irisa desprevenida, la cual luchaba inútilmente por quitárselo de encima mientras sus colmillos iban clavándose poco a poco en su brazo izquierdo. Forcejeaba y forcejeaba. Su cuchillo había caído lejos de su alcance. Todo era inútil. Pero, inesperadamente, el lobo la soltó y se perdió entre los árboles aullando de dolor. Irisa alzó la vista y descubrió la razón por la cual el lobo ya no estaba sobre ella.
Un misterioso hombre cuya capa de viaje apenas dejaba ver su rostro se erguía sosteniendo una espada ensangrentada delante de ella. Miró a su alrededor. El otro lobo debió huir en cuanto él llegó. Ahora debía la vida a un extraño. Aquel hombre se acercó y la devolvió el cuchillo.
- ¿Qué hace una mujer viajando sola por el bosque?
- ¿Qué hace un hombre con el rostro semioculto en el bosque? ¿Esconderse? ¿Huir?
El hombre se retiró la capa dejando ver su cara.
- Salvarte.
Irisa se sonrojó.
- ¿Te encuentras bien?
- Sí. Gracias por salvarme…
- Pues ese brazo no tiene muy buena pinta. – dijo con mala cara.
- ¿Es que te lo piensas comer? – Irisa enarcó una ceja.
- No, mujer. Deja de estar tan a la defensiva. – La dedicó una sonrisa. –Anda, trae ese brazo. A ver qué puedo hacer…
Rasgó un trozo de tela y se lo ató para que dejase de sangrar.
- ¿Así mejor?
- Sí.
- ¿Cómo te llamas?
- Irisa.
- Yo soy Elian.
La extendió la mano para ayudarla a levantar.
- Si te diriges a la aldea más cercana, que según tienes el brazo sería lo más sensato, yo te puedo acompañar.
- Está bien.
– El extraño tenía razón, ella no conocía el bosque y necesitaba ver a un médico.


2ª Parte

3ª Parte

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El joven organista

>> martes, 12 de mayo de 2009


Desde pequeño le había gustado aquel enorme y viejo trasto. Siempre había observado cómo su padre lo mimaba para que día tras día siguiera sonando como el primero. En ese momento se dirigía hacia la parroquia para ensayar. El párroco le había propuesto que tocara al día siguiente. Pues, aunque aun era muy joven estaba convencido de que era perfecto para ese puesto. Su padre estaba orgulloso de su talento. Aunque él no estaba muy convencido… Temía que al día siguiente su gran órgano chirriara haciendo de él un fraude y la comidilla de todo el pueblo.

Comenzó a tocar su música, aquel día se sentía inspirado. Sus dedos se deslizaban por las teclas como si hubieran sido creados exclusivamente para ese propósito. La luz que provenía de las cristaleras iluminaba los gigantescos tubos del órgano haciendo que pareciera glorioso. Aquellos haces blancos comenzaban a cegarle, pero él seguía tocando. Se sentía realizado. Sentía cada nota como si tuviese presencia propia. Tenía presencia de mujer. Transparente, brillante, cegadora… pero tan hermosa. Sus ojos no podían dejar de mirarla y todo su cuerpo se había paralizado al instante. Bueno, no todo su cuerpo. Sus manos aún seguían tocando, poseídas por aquella visión. Sus labios se acercaron y susurraron en su oído:
- Dime… ¿qué es lo que tanto temes?
Un escalofrío recorrió su espalda. Aquella voz… le abstrajo totalmente. Se encontraba perdido, en sus ojos grises, en su blanca mirada.
- No temas, mañana estaré contigo…
- Espera… ¿Quién eres?
Dejó de tocar y ella se fue.

Al día siguiente aun estaba confuso y no se sentía seguro de poder sentarse en aquel taburete otra vez. Pero ella prometió que estaría. No podía abandonarla… Lo haría. No se iba a echar atrás.
Se oían susurros. La gente lo esperaba con ojos ansiosos, deseando poder observar un tremendo ridículo. Llegó el momento, inspiró… y comenzó a tocar. Al principio todo parecía normal pero su música volvió a sonar de una forma magistral. La gente estaba boquiabierta. Le miraban incrédulos y a la vez maravillados con lo que oían.

Él ya podía sentir su presencia… se encontraba sentada a su lado. Había regresado. Nadie más podía verla. Se volvió para mirarla. Su recuerdo no se acercaba lo más mínimo a la realidad. A cada momento le parecía más perfecta, más imposible, más inalcanzable… La tristeza le empapó al darse cuenta de esto último.
- Quédate… no te vayas…
- No puedo.
- Entonces llévame contigo…
Ella le sonrió. La música cesó de pronto, pero esta vez no fue ella la única que desapareció. Sobre el órgano ya sólo reposaba un cuerpo sin vida.

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Rojo de fiesta

>> domingo, 10 de mayo de 2009


Las gotas se deslizaban rápidamente por el cristal de la cafetería. Su mirada ya se había perdido otra vez entre la lluvia cuando sonó su móvil.
- ¿Qué noticias tienes? - Dijo una voz áspera y ansiosa al otro lado del teléfono.
- He quedado con ella en la cafetería... le diré lo de esta noche. Puede estar tranquilo, mañana no tendrá nada de lo que preocuparse. - Una sonrisa maliciosa se le dibujó en la cara al decir aquellas palabras.
- Eso espero... sabes que no me fio de ti. - Se notaba nerviosismo en su voz.
- Entonces... ¿por qué me ha contratado? ...espera, ¡ya sé! Porque soy el mejor y lo sabe. - Se rió con una gran carcajada ignorando a la gente extrañada que se había girado para mirarle.
- Mañana hablaremos... y espero por tu bien que esta noche todo salga a la perfección. Recuerda que te estaré vigilando.
- ¿Es que a caso duda de mi? - Dijo justo antes de colgar el teléfono.
Volvió a mirar por la ventana. La joven con la que había quedado estaba a punto de entrar en la cafetería. Llevaba una gabardina clara ceñida a la cintura y un paraguas de la mano cuando se acercó a la mesa en donde se encontraba él.
- Siento llegar tarde, pero hace un tiempo horrible. - Él se levantó para saludarla.
- Y que lo digas. Bueno, pero eso no arruinará nuestros planes para esta noche. - La sonrió y retiró un poco la silla que había en frente de la suya para que se sentara.
- Gracias. No te preocupes seguro que lo pasaremos muy bien. ¡Me encantan las fiestas de disfraces! - Dijo con una gran sonrisa en la cara.
- Sí, fue una suerte llegar a tiempo para conseguir las entradas. Dicen que las fiestas que organizan allí todos los años son un éxito.

Siguieron hablando durante un buen rato y después la acompañó hasta su casa. La despidió con una dulce sonrisa. Él sabía que ella se derretía cada vez que le sonreía, por eso lo hacía más a propósito. Siempre le había gustado jugar con las mujeres y le reconcomía por dentro pensar que en el fondo aquella le atraía profundamente. Eso no podía ser nada bueno. No podía enamorarse, no en ese momento... ya que complicaría sus planes.

Fue a recogerla en coche para el gran evento. Ya estaba oscureciendo y no tardaría demasiado en empezar. Ella estaba deslumbrante, se había puesto un vestido de época para la ocasión y llevaba una máscara en la mano.
- Estás guapísima. - Dijo con la boca abierta.
- Gracias. - Se ruborizó. - Tú también. El traje te queda muy bien.
Fueron hacia el coche para llegar a tiempo a la fiesta. Cuando llegaron aquel lugar estaba lleno de gente. Después de hacer cola consiguieron entrar en el local. Parecía que fueran a rodar una película allí dentro. El decorado estaba tan logrado que cualquiera juraría que no hubieran pasado los años por la estancia en la que se hallaban.
- Sabía que el decorado era bueno... pero no tanto. - Dijo él observando todo lo que tenía a su alrededor hasta parar sus ojos en los de ella. Ella se dio cuenta y entonces desvió la mirada. Estaba metiendo la pata... ¡No podía dejarse llevar por sus sentimientos! No si esa noche tenía que quitarle la vida... De repente sonó su móvil. "Tan inoportuno como de costumbre..." pensó.
- Voy a ver para qué me quieren, tal vez sea importante... Ahora vengo.
- Vale, te espero aquí.
Se apartó de ella y de la multitud para poder hablar.
- ¿Qué quieres? ¿No puedes llamarme en otro momento?
- Quería asegurarme de que todo iba bien. - Dijo con su voz áspera.
- Pues como sigas interrumpiéndome toda la noche no voy a poder hacer nada.
- Está bien. Te esperaré a la puerta cuando acabe la fiesta.
Colgó el teléfono y volvió hacia donde estaba ella.
- No era nada... Mi compañero de piso quería saber si volvería esta noche a dormir a casa.
- ¿Y qué le has dicho? - Preguntó ella con curiosidad.
- Que no volvería hasta que fuese de día. - Dijo con una sonrisa en los labios. - ¿Te apetece bailar un poco?
-

Fueron hacia el medio de la sala donde todo el mundo estaba bailando. Era música lenta. Ni siquiera eso se les había escapado a los organizadores. La cogió por la cintura y comenzaron a bailar. Ella se sonrojaba cada vez que él clavaba sus ojos en los suyos. Y él estaba desquiciado al no poder evitarlo, aunque a la distancia que estaban el uno del otro era bastante difícil no hacerlo. Sin quererlo, él ya se había ido acercando poco a poco a ella. Por primera vez en su vida estaba nervioso ante una situación así y al final no pudo evitar acabar besándola. ¡Su plan se había ido a la mierda! Así que ya sólo le quedaba esperar a que acabase la dichosa fiesta. En ese momento la decoración ya no le parecía tan bonita. Pero tal vez fuera porque, a pesar de todas las veces que se maldijo a sí mismo, no podía dejar de mirarla a ella.

Al final se acabó la fiesta y se dirigieron hacia el guardarropa para recoger sus abrigos. Como tardaban tanto en encontrar el suyo la sugirió que se fuera adelantando y se dirigiera hacia el coche, él no tardaría mucho. Estaba agotada, así que le hizo caso.
Al fin encontraron su abrigo, estaba al fondo de todos. Al cogerlo se dio cuenta de que aun tenía guardada su pistola. Tomó una decisión y salió del edificio decidido a terminar lo que había empezado y de algún modo enmendar sus errores. Cruzó la calle y se dirigió hacia el coche. Una vez entró en él dijo:
- Lo siento, pero no me queda más remedio.
Acto seguido apretó el gatillo y una herida llena de sangre lo cubrió todo de rojo. Miró el cadáver de aquel hombre al que acababa de matar... en verdad su voz áspera hacía honor a su aspecto.

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Con un suspiro en mi garganta

>> viernes, 8 de mayo de 2009

Entré precipitadamente en aquella habitación, que hasta ese momento me había traído tan buenos recuerdos. Y sin poder soltar el pomo de la puerta, la escudriñé desesperado, con el temor de no saber aun lo que me iba a encontrar. Ella no estaba.

La ventana estaba abierta y el aire azotaba con fuerza los visillos de la habitación. En el suelo había un montón de papeles llenos de dibujos que se estaban volando de la pequeña mesita de faldones verdes, donde solía reposar el teléfono. Miré a los pies de la mesita y lo encontré, estaba tirado sobre el suelo, al lado de un frasco vacío cubierto de pañuelos empapados seguramente con sus lágrimas. Cogí uno y lo apreté fuertemente con mis manos, pensando que así podría arrancar el fuerte dolor que sentía en mi pecho, pensando que así… podría borrar el pasado. Tan sólo resonaban en mi cabeza una y otra vez aquellas palabras "Ya no puedo más…". En ese momento volví a recordar lo que había pasado minutos antes de salir corriendo hacia su piso. Su voz había sonado débil y temblorosa por el teléfono… aquella voz tan dulce que antes me encantaba escuchar… Sentí miedo, mucho miedo, y al oír colgar el teléfono fue como si me diera un vuelco al corazón… no quería perderla. Me sentía tan culpable por no haber hecho nada. Podría haberlo evitado y sin embargo… ¡Por qué sería tan imbécil!

Derrotado, de rodillas en el suelo, escuché un sollozo que no provenía de mis pensamientos. Me dio otro vuelco al corazón, pero éste era de esperanza. Aun con lágrimas en los ojos, me levanté corriendo tropezando con todo lo que encontraba a mi paso, pero nada podía pararme en aquel momento. Llegué estrepitosamente hasta la terraza… Ahí estaba ella, sentada en el suelo junto a la pared, llorando. Me acerqué y cogí una de sus manos deseando por dentro que no fuera ninguna ilusión. Estaba fría. Levanté su hermosa cara alejándola de los brazos sobre los que había estado llorando, y miré aquellos ojos verdes inundados. Sentí un terrible impulso de aferrarla entre mis brazos. Sequé sus lágrimas con mis manos mientras ella me decía:

- Soy una cobarde… no fui capaz de hacerlo… – estaba temblando.

- Tonta… no te imaginas cuánto te quiero.

Ya no lo aguantaba más… La abracé y no la solté hasta que nos levantamos. El aire aun soplaba fuerte y jugaba con su cabello. Aparté el pelo de su cara que aun estaba húmeda y la besé, la besé jurándome a mí mismo que nunca más la volvería a dejar sola. No quería perderla de nuevo. La seguí abrazando y le dije:

- No vuelvas a hacerme esto.

- No – me contestó ella apoyada sobre mí.

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